SIEMPRE TE QUERRÉ (1)
Creo realmente, que me
puedo sentir afortunado por haber encontrado lo que vais a leer a continuación.
Esta carta, o lo que quiera que sea, la encontré en manos de un pobre viejo en
silla de ruedas de una residencia en la que trabajé. Esta es su historia, tal
cual yo la conocí.
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Recuerdo aún, aquellos
días de mi juventud, en una pequeña ciudad de ningún sitio. Son esos momentos
en los que no piensas en nada. Ni siquiera te das cuenta que la vida está
pasando. Sin preocupaciones, sin nada que te haga estar mal, solo vivir. Luego
llegas a viejo y es cuando te das cuenta que añoras esos momentos.
Como ya dije, pasé mis
años de niñez, en una pequeña ciudad de la que aún hoy estoy enamorado. Como
cualquier niño, pasaba las horas jugando con mis amigos, esos que con el tiempo
fueron desapareciendo o simplemente cambiando. Tengo suerte al pensar, que al
menos uno de ellos siguió compartiendo mis momentos a pesar de que entró en mi
vida cuando ya contábamos con catorce años. Desde entonces, no nos volvimos a
separar, hasta que el destino quiso llevárselo de nuestro lado.
No quiero aburrir con
historias banales que incluso podrían parecer sin sentido. Antes de conocerle a
él, mi vida no fue más que un caminar despacio por un presente que me llevaría
a un futuro que no me preocupaba.
Fui un chico tímido, de
esos que apenas se recuerdan con el tiempo, como esa paloma que pasa por
delante de tu ventana y pocos segundos después ya no recuerdas. Siempre
practicando algún deporte, más casi por agradar a los tuyos que por gusto
propio; pero la infancia va pasando y empiezas a tener otras prioridades. Puedo
asegurar que tengo bonitos recuerdos de entonces, pero son solo eso, recuerdos.
Supongo que en la vida
de toda persona, hay momentos en que algo hace que tu perspectiva sobre las
cosas cambie y en mi caso fue empezar el instituto. El conocer gente nueva con
las que salir a divertirse. Luis, ya era entonces mi mejor amigo y como tal,
fuimos madurando juntos.
Yo era el tímido del
grupo, lo que hizo que no fuera hasta los diecinueve años cuando empecé a salir
más por ahí, dejando que las chicas entraran en mi vida. Había empezado la
facultad, lo que me hacía mirar un poco más hacia el futuro, aunque seguía
pasando desapercibido. Se podría decir que yo era el “borde”. Al contrario que
Luis, que caía bien a todo el mudo.
Pero no quiero resultar
pesado, extendiéndome en cosas que no tienen importancia, tan solo resumir lo
que es la vida desde el punto de vista de un viejo. Puede que esos otros
momentos, alguien con más fuerzas que yo, decida contarlos algún día.
Ya desde joven me gustó
escribir, no podría decir cuántas veces empecé a contar una historia, pero
nunca fui capaz de acabar nada. Quien me iba a decir que a mis ochenta y dos
años estaría de nuevo frente a un papel intentando contar una historia. Veo el
final demasiado cerca y hay algo que me pasó en el pasado que juré haría
llegado este momento.
Pero volviendo a mi etapa
en la facultad, he de decir que no duró mucho, ya que pronto decidí adentrarme
en el mundo laboral. Todos dijeron que no lo hiciera, pero si he de ser
sincero, jamás me arrepentí. En ese momento tenía lo que todo joven quería. Me
preocupaba por mi futuro, sí, pero no en demasía. Tenía un trabajo y eso era
suficiente. Incluso conocí a una chica con la que estuve seis años. Pero como
ya se sabe, todo tiene un final.
Muchos decían que yo
tenía todo lo que una persona de mi edad podía desear, sin embargo seguía
sintiéndome solo. En todos estos años, he aprendido a vivir con ese
sentimiento, incluso a abrigarme en él en los momentos que la vida me dio esos
zarpazos que nunca esperamos.
Los días siguieron
pasando y puedo decir que solo Luis estuvo ahí siempre, tanto en los buenos,
como en los malos momentos. Me doy cuenta, que nunca le pude agradecer todo lo
que hizo por mí. Todavía hoy, hay noches en las que puedo sentir su presencia.
No sé donde estarás Luis, pero espero que siempre supieras que te quería…te quiero.
Él era de esas personas
con don de gentes, aunque también es verdad que le aterraba pensar que podía
caer mal y hacía siempre lo posible por agradar a todo el mundo. Solo hubo tres
personas en mi vida que supieran sacarme una sonrisa cuando yo creía que no
podría sonreír. Una de ellas fue él. Pienso en Luis, aunque me invade la
tristeza por ello, no quiero llorar más. Una vez más lo conseguiste, de nuevo
tú me haces sonreír.
Después de esos seis
años con aquella chica, mi vida se convirtió en una especie de rutina, algo que
siempre dije que no me pasaría, que lucharía por hacer de mi vida algo que
mereciera la pena. Creerme que lo conseguí.
Recuerdo una frase que
escuché en una película:
“recorrí el mundo
buscando inspiración y la encontré en un hombre que vive lo que sueña”
Por qué no podía hacer
yo eso, vivir lo que soñaba. Y me di
cuenta casi a mis veinte ocho años que lo estaba haciendo y que intentaría
hacerlo realidad. Me armé de valor, deje el trabajo y me fui de casa. Aunque
mucha gente me criticó por ello, nadie supo jamás por qué lo hice.
Los siguientes cinco
años, los pasé recorriendo España. Hice muy buenos amigos, en especial un chico
del sur. Un tío un poco raro la verdad, le encantaban los temas de filosofía,
hablabas con él y parecías tener delante una enciclopedia, siempre con
respuesta para todo. Cuantas noches pasamos juntos, con nuestra botella de
whisky en las manos. Él fue el que me dijo, que en esta vida siempre hay que
luchar por lo que se quiere, sabiendo que quizás nunca ganemos; eso marcó
bastante mi vida.
Tenía ya treinta y tres
años cuando regresé a mi ciudad natal. Monté un pequeño negocio de hostelería,
era algo esclavo pero al menos no tenía que rendir cuentas a ningún jefe. Así
pasé varios años. Entré de nuevo, sin apenas darme cuenta, en una vida
totalmente rutinaria. Cada día era igual que el anterior. Todos los días al
cerrar el bar quedaba con Luis, con el que mantenía la amistad, y nos echábamos
unas risas recordando las mismas viejas historias que nos hacían reír.
En uno de esos días y
tras muchas cervezas, empezamos a hablar de nuestros amores. Ese día le
confesé, que yo aún estaba enamorado. El se había casado y tenía un hijo. Tenía
todo lo que se podía pedir y se le notaba feliz, creo que siempre le envidié de
cierta manera.
Me preguntó que de
quien estaba enamorado. Poco antes de irme a los veintiocho años, hubo una
chica que me hizo cambiar para siempre, os daréis cuenta ahora que ese fue el
motivo por el que me fui de allí. Luis no parecía creerme, no entendía que
después de tanto tiempo siguiera enamorado de ella, ni siquiera yo sabía muy
bien por qué, pero la amaba igual que el día en que ella me abandonó. En
aquellos cinco años, apenas tuve noticias de ella. Al regresar, nos vimos un
par de veces pero nunca le dije nada de lo que sentía, porque recordaba una
promesa que le había hecho, que nunca volvería a decírselo.
Espero me perdonéis, ya
que recordando todo esto no puedo evitar llorar, pero no por ella.
Dos días después, el
destino (cruel destino en el que nunca creí) quiso que Luis nos dejara y en un
accidente de coche, perdió la vida. Nunca podré olvidar aquel día en el
tanatorio, todo tan frío. Supe en ese momento lo fuerte que podría llegar a ser
al verme a solas con su mujer. No os imagináis lo que es eso, como mirar a la
cara de la mujer de tu mejor amigo, el día en que todos lloran su muerte.
Tragas saliva y miras al cielo pidiendo a un Dios que no existe que te ayude a
no llorar. Por tu mente pasan todos esos momentos junto a él, todas esas risas,
ese último día entre cervezas en que envidiabas su felicidad. Piensas que por
qué a él…me acerqué a su mujer y le dio un abrazo, mi mente se bloqueó y no
pude decir nada, solo intentaba no derramar ni una sola lágrima. Fue ella, con
los ojos rotos, quien dejó escapar una sonrisa y dándome un palmada en la
espalda me dijo: - joder, como te quería…- en ese momento quieres morirte, no
sabes que decir ante esa persona, que rota por dentro, aún te puede sonreír. ¿Y
yo soy fuerte?
Me fui del tanatorio
intentando aparentar que estaba bien. Y antes de llegar al coche pude escuchar
a mi espalda.
-No estés triste, era
un cielo y a él se irá.
Me di la vuelta y la vi
a ella. Toda mi fuerza se esfumo de golpe, sentí como todo se me venía encima,
como esa entereza que había mostrado se fundía. Le di un abrazo y rompí a
llorar. Ella no me soltó en ningún momento, es increíble cuanto necesitaba
aquel abrazo.
Quise invitarla a un
café, pero me dijo que tenía que irse en seguida. No volví a llorar, pero mi
corazón dejo escapar todas las lágrimas que el silencio permite hacerlo. La
miré a los ojos y le dije…SIEMPRE. Ese fue el último día que la vi.
¡Hola, Jesus! ¡Qué emotivo lo que has escrito! Adivino en ti a un ser dulce y sensible. Te dejo un cálido abrazo. María Inés.
ResponderEliminargracias María. me gusta creer que soy dulce y sensible. espero que el final de la historia sea así.
EliminarEa realmente conmovedora, me ha encantado.
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