Me he visto paseando por un bosque, pero no era un bosque
normal. De las ramas de unos árboles vacíos de hojas, colgaban toda clase de
sentimientos; envidia, alegría, miedo…todo parecía tener cabida en ellos. El
sol, de un color rojo fuego, empezaba a aparecer por el horizonte mientras
avanzaba y veía como todos aquellos sentimientos se marchitaban y caían al
suelo. La luz empezaba a cegarme no teniendo más remedio que cerrar los ojos
por un instante, un simple parpadeo que convirtió el día en noche.
Estaba solo, en la noche más oscura que jamás hubiera
imaginado, pero algo dentro de mí me decía que alguien me observaba en la
distancia, cuando pude ver a lo lejos la silueta de un anciano que me llamaba,
no hablaba ni hacía señas, solo me llamaba. Me acerqué despacio hasta situarme
a su lado, tan cerca que no había lugar a dudas, era yo aunque no me reconocía.
Con su mano me señaló a una pequeña ventana que surgió de la nada, me asomé a
ella y pude ver a un niño recogiendo todos aquellos sentimientos que se
marchitaban, volví de nuevo la vista con la intención de preguntarle a aquella
persona quien era, pero ya no estaba.
El tiempo pasó como un suspiro y al querer mirar de nuevo, no encontré
por donde hacerlo, pero pude ver que era yo el que con una cesta en mis manos
recogía algo del suelo. Llevaba un mazo de envidias, unos pocos manojos de
celos y todo ello sobre un manto de miedos. Caminaba de un lado para
otro y a mi espalda iba dejando las alegrías y las esperanzas que volvían a
madurar agarrándose a las ramas más altas de los árboles.
Entonces el tiempo para mí se detuvo, mientras todo alrededor
continuaba su marcha. Yo no podía apenas moverme, la cesta había sido sustituida
por un enorme saco que llevaba a cuestas, que poco a poco encorvaba mi cuerpo
hasta convertirme en aquel anciano de rostro triste, que intentaba seguir
apoyado en un viejo bastón de cristal agrietado por una existencia que me
consumía.
A los lados ya no había ningún árbol, tan solo recuerdos.
Recuerdos de una vida de la que yo, no me acordaba. No sin esfuerzo conseguí
dar un paso y ante mi apareció la enorme sombra de un ciprés. El temor se
apodero de mí y una lágrima empezó a asomar entre las arrugas de mi frente,
deslizándose por todo mi cuerpo hasta caer rendida.
Sentía que era el fin, pero algo en la cima del ciprés llamó mi
atención. Brillaba en la penumbra como un arcoíris de mil colores. Alcé la
mano, pero parecía estar cada vez más lejos. Mis pies empezaron a despegarse
del suelo, quería volar. Abrí el saco, solté las envidias y los celos y mi
cuerpo empezó a ascender más y más, casi había conseguido alcanzar aquello que
tanto me llamaba la atención, que ahora esperaba en la cima de uno de aquellos
árboles que al principio guiaban mi camino. Decidido me deshice de los miedos
que aún cargaba y pude agarrar con mis manos aquellas alegrías y esperanzas que
en otro tiempo dejara atrás.
Por un momento me vi flotar sobre un campo de estrellas hasta
que empecé a caer. En mi descenso fui perdiendo la memoria, olvidando todo lo
que había aprendido. Fueron segundos, minutos u horas, no lo sé.
Y desperté tumbado en la cama, y a los pies de esta, una vacía
cesta tejida de intenciones, dividida en muchos departamentos. Había sitio para
las envidias, las alegrías, miedos o esperanzas; todo tenía su sitio.
Había sido tan real que tuve miedo de volver a dormirme. Lo único
que sabía es que de alguna manera tenía otra oportunidad.
jesús cernuda
Desde esa oportunidad del saco, ánimo, cada día lo haces mejor. Un fuerte abrazo.
ResponderEliminargracias, intentando llenar la cesta de todo lo que pueda aportar, tnto bueno como malo. un abrazo
EliminarWow te ha quedado genial,impresionante lo he vivido, FELICIDADES sin más...
ResponderEliminarSaludos y cálidos abrazos.
muchas gracias Elisa. desde mi pequeño bosque, un abrazo muy fuerte
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